Jorge Larroucau Torres*

I

El motor de búsqueda de información que ofrece Google funciona gracias a la vinculación de una gama de variables cada vez mayor y más compleja. Esta empresa pretende poner a disposición de cualquier persona toda la información vinculada con un tema en específico en tiempo real. Es decir, la premisa sobre la cual trabaja este buscador, al igual que otras prótesis que le compiten y superan (como el ChatGPT), es que el conocimiento humano puede ser domesticado mediante algoritmos. El viejo sueño de los ilustrados.

Su aplicación en el mundo de los juicios sería formidable: poder medir en tiempo real la calidad de la información que dan las partes, los testigos, los peritos y, en último término, anticipar la decisión del juez. Ahora bien, esto sería posible si nuestra forma de pensar fuese un proceso mecánico. Y este no es el caso entre humanos.

II

Una mala versión del análisis racional de la prueba judicial podría decir que todos los pasos que da el razonamiento del juez cuando valora las evidencias son discretos: pueden ser identificados, aislados y diseccionados por un tercero y, por el mismo juez, en la motivación de su sentencia.

No deja de ser paradójico que una buena parte de los fallos de nuestra jurisprudencia se asemejen de forma muy precaria a Google cuando adornan sus considerandos de citas a otros fallos (enlaces a otras páginas), los que a su vez se remiten a otros veredictos (nuevos enlaces a otras páginas) difuminando la posibilidad de encontrar la razón de fondo del juicio de hecho o el motivo por el cual una evidencia fue mejor que otra.

Incluso si nuestros motores de búsqueda de fallos fuesen lo suficientemente sofisticados como para proveernos de esta información en tiempo real, muchas veces quedaría en el aire la justificación del juicio de hecho en un litigio por la sencilla razón de que el razonamiento de los abogados y jueces no es discreto. El pensamiento de los juristas es creativo.

III

Atreverse con una minería de datos del razonamiento judicial puede resultar sumamente provechoso para identificar las reglas de experiencia de los jueces, sus sesgos y prejuicios, pero ello únicamente en el plano descriptivo. En esto pueden ser bienvenidos los algoritmos que conjuguen tipos de conflictos, de jueces, de partes y de bienes en juego. Sin embargo, para reflexionar sobre esta práctica, para aquilatar la información obtenida, darle sentido y comprenderla se requiere de ese algo más que ningún motor de búsqueda puede ofrecer: un punto de vista autorizado que brinde una justificación de las elecciones. En nuestra experiencia como chilenos este punto de vista autorizado se llama, a veces, abogada; en último término, jueza.

El héroe de Nicolai Gogol, en Almas muertas (1842), es el héroe del capitalismo. Atento al hecho de que el sistema de propiedad ruso del siglo diecinueve asignaba valor a un terreno en relación con sus “almas”, es decir, al número de sirvientes que tenía el terreno, se dedicó a comprar y vender “almas muertas”. Para ello se valió del endémico déficit de información de la burocracia estatal zarista, lo que le permitía vender a un alto precio bienes que solo en el papel tenían gran valor (la analogía con el comportamiento de las entidades financieras de nuestros días es más que evidente y solo honra la sentencia de Salomón, rescatada a fines del medioevo por Francis Bacon y un rato después por Borges: “all novelty is but oblivion”, no hay novedad sino olvido).

Por ello conviene traer a colación el “método Chichikov”, la famosa forma en que el protagonista de Almas muertas hacía de las suyas:

“Nuestro héroe, como de costumbre, se puso a charlar e hizo varias preguntas a la ventera. ¿Era propietaria o gerente del albergue? ¿Cuánto producía? ¿Vivían con ella sus hijos? ¿Estaba casado el mayor? ¿Había aportado su mujer una buena dote al matrimonio? ¿Estaba contento el suegro? ¿No estaba molesto por haber recibido pocos regalos de boda? En resumen, no olvidó detalle alguno” (Capítulo 4).

El héroe de Gogol basa todo su éxito en su talento para abrirse camino desde la ignorancia hasta una posición en que pueda decidir de forma relativamente segura. En cada paso corre un riesgo y por eso se va con cuidado. Ignorar estos riesgos y confiar en el conocimiento total en forma real es algo que Chichikov jamás se habría permitido. Los sistemas de justicia modernos, tampoco deberían hacerlo. Tal como lo ha demostrado el uso de motores de búsqueda en internet las últimas tres décadas, el éxito no descansa en la rapidez de la respuesta o en la exuberancia de datos que la engordan. El éxito radica en saber hacer la pregunta correcta. Aquí los abogados y jueces no tienen reemplazo.


* Doctor en Derecho por la Universidad de Chile. Profesor de Derecho Procesal Civil en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, jorge.larroucau@pucv.cl. Esta nota es parte de un proyecto Fondecyt Regular (N° 1230049: “Hechos institucionales y valoración de la prueba judicial conforme a la sana crítica”, 2023-2025) cuyo investigador responsable es el profesor Johann Benfeld y del cual el autor es un investigador asociado.